Poems, Imitations & Translations

Thursday

31 Days (9)




Benito Pérez Galdós
(1843-1920)

from Fortunata y Jacinta



Las noticias más remotas que tengo de la persona que lleva este nombre me las ha dado Jacinto María Villalonga, y alcanzan al tiempo en que este amigo mío y el otro y el de más allá, Zalamero, Joaquinito Pez, Alejandro Miquis, iban a las aulas de la Universidad. No cursaban todos el mismo año, y aunque se reunían en la cátedra de Camús, separábanse en la de Derecho Romano: el chico de Santa Cruz era discípulo de Novar, y Villalonga de Coronado. Ni tenían todos el mismo grado de aplicación: Zalamero, juicioso y circunspecto como pocos, era de los que se ponen en la primera fila de bancos, mirando con faz complacida al profesor mientras explica, y haciendo con la cabeza discretas señales de asentimiento a todo lo que dice. Por el contrario, Santa Cruz y Villalonga se ponían siempre en la grada más alta, envueltos en sus capas y más parecidos a conspiradores que a estudiantes. Allí pasaban el rato charlando por lo bajo, leyendo novelas, dibujando caricaturas o soplándose recíprocamente la lección cuando el catedrático les preguntaba. Juanito Santa Cruz y Miquis llevaron un día una sartén (no sé si a la clase de Novar o a la de Uribe, que explicaba Metafísica) y frieron un par de huevos. Otras muchas tonterías de este jaez cuenta Villalonga, las cuales no copio por no alargar este relato. Todos ellos, a excepción de Miquis que se murió en el 64 soñando con la gloria de Schiller, metieron infernal bulla en el célebre alboroto de la noche de San Daniel. Hasta el formalito Zalamero se descompuso en aquella ruidosa ocasión, dando pitidos y chillando como un salvaje, con lo cual se ganó dos bofetadas de un guardia veterano, sin más consecuencias. Pero Villalonga y Santa Cruz lo pasaron peor, porque el primero recibió un sablazo en el hombro que le tuvo derrengado por espacio de dos meses largos, y el segundo fue cogido junto a la esquina del Teatro Real y llevado a la prevención en una cuerda de presos, compuesta de varios estudiantes decentes y algunos pilluelos de muy mal pelaje. A la sombra me lo tuvieron veinte y tantas horas, y aún durara más su cautiverio, si de él no le sacara el día 11 su papá, sujeto respetabilísimo y muy bien relacionado.


The most distant reports I have of the person who goes by the name of Jacinto Maria Villalonga he gave me himself, and they date from the time when a friend of mine and another one and one from even further back, Zalamero, Joaquinito Pez, and Alejandro Miquis, were attending classes at the University. They were not all in the same year, and although they met in the cathedral of Camús, they were separated by that of Roman Law: the boy of Santa Cruz was a disciple of Novar, and Villalonga of Coronado. They did not even all have the same degree of keenness: Zalamero, judicious and circumspect as few are, was one of those who place themselves in the first row of seats, looking up with a complacent face at the teacher as he explains things, and making discreet nods of assent to everything he says. On the other hand, Santa Cruz and Villalonga always stationed themselves in the top tier, wrapped in their capes and looking more like conspirators than students. There they passed the time chatting in an undertone, reading novels, drawing caricatures or undertaking the reading in turns when the professor asked them. One day Juanito Santa Cruz and Miquis brought a frying pan (I do not know if it was to Novar’s class or to Uribe’s, who was expounding Metaphysics) and fried a pair of eggs. Villalonga recounts many other jests of this nature, which I do not repeat here so as not to lengthen this history. All of them, with the exception of Miquis who died in ’64 dreaming of the glory of Schiller, put an infernal amount of energy into the famous demonstration of the night of San Daniel. According to the formalist Zalamero, all that noisy occasion consisted of for him was a few whistles and savage screams, which earned him two slaps from a veteran guard, without much more in the way of consequences. However Villalonga and Santa Cruz had a worse time of it, because the first one received a sabre wound in the shoulder that laid him out for the space of two long months, and the second one was marched along to the corner of the Royal Theatre and taken to the cells roped up in a line of prisoners, consisting of several decent students and some guttersnipes of very bad character. They kept him in the dark (he told me) for twenty hours or more, and his captivity would have lasted a lot longer, if he had not been extracted on the 11th by his papa, a most respectable and very well-connected citizen.

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